Madrid no tenía el aire festivo de otros fines de semana. Aquel sábado 18 de julio de 1936, la capital había abortado el levantamiento militar iniciado la víspera en el protectorado español de Marruecos, que se había extendido como el aceite por la Península. Miles de obreros habían asaltado el Cuartel de la Montaña, principal foco de los rebeldes, y se preparaban para defender la ciudad del autodenominado Ejército Nacional, que avanzaba desde el Norte para hacerse con los embalses del Lozoya.
Decenas de camionetas partieron la madrugada del día 19 rumbo a la sierra repletas de jóvenes que se habían ofrecido voluntarios para combatir, convencidos de que en cuestión de días estarían de vuelta en casa. Entre los que viajaban en uno de esos camiones, camino de Buitrago, estaba una muchacha de diecisiete años, Rosario Sánchez Mora. Se había alistado la tarde anterior, sin decir nada a su familia, en el centro cultural Aída Lafuente, que la Juventud Socialista Unificada (JSU) tenía en el número 10 de la calle de San Bernardino, a unas manzanas de su domicilio.
La mañana del 15 de septiembre, Rosario y sus compañeros aprendían a efectuar una descarga con cartuchos de dinamita, mucho más fáciles de manejar que las bombas lata. Eran diez milicianos, y Rosario estaba situada la última a la izquierda. Cuando prendió su mecha, la oyó silbar. La noche anterior había llovido y estaba húmeda. Se quemaba por dentro, pero no por fuera, y no sintió el calor de la llama en la uña de su dedo pulgar, que indicaba el momento de lanzarla. El cartucho estalló en su mano derecha, que quedó destrozada por encima de la muñeca. Herida de gravedad, la operaron en el hospital de sangre de la Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.
El poeta Miguel Hernandez le dedico unos preciosos versos:
“Rosario, dinamitera, / sobre tu mano bonita / celaba la dinamita / sus atributos de fiera. / Nadie al mirarla creyera / que había en su corazón / una desesperación / de cristales, de metralla / ansiosa de una batalla, / sedienta de una explosión. / Era tu mano derecha, / capaz de fundir leones, / la flor de las municiones / y el anhelo de la mecha (…) / ¡Bien conoció el enemigo / la mano de esta doncella, / que hoy no es mano porque de ella, / que ni un solo dedo agita, / se prendó la dinamita / y la convirtió en estrella! (…)”. En una de sus ultimas entrevistas dijo estas palabras:“La mía ha sido una vida dura y valiente, porque si no le hubiera echado agallas no sé qué habría sido de mí”, dice Rosario setenta años después de aquella mañana de julio de 1936 que marchó al frente. Hoy, a sus 86 años cumplidos, es una mujer rebelde y de una memoria prodigiosa, que se afana en conservar sus recuerdos escribiéndolos en enormes cuadernos de anillas. “Mi lucha”, dice, “mereció la pena”.
Descansa en paz,compañera,pues la lucha continua.
En tu homenaje,el poema completo;
Poema
"Rosario, dinamitera,
sobre tu mano bonita
celaba la dinamita
sus atributos de fiera.
Nadie al mirarla creyera
que había en su corazón
una desesperación, de cristales,
de metralla ansiosa de una batalla,
sedienta de una explosión.
Era tu mano derecha,
capaz de fundir leones,
la flor de las municiones
y el anhelo de la mecha.
Rosario, buena cosecha,
alta como un campanario
sembrabas al adversario
de dinamita furiosa
y era tu mano
una rosa enfurecida,Rosario.
Buitrago ha sido testigo
de la condición de rayo
de las hazañas que callo
y de la mano que digo.
¡Bien conoció el enemigo
la mano de esta doncella,
que hoy no es mano
porque de ella,
que ni un solo dedo agita
, se prendó la dinamita y
la convirtió en estrella!
Rosario, dinamitera,
puedes ser varón y eres
la nata de las mujeres,
la espuma de la trinchera.
Digna como una bandera
de triunfos y resplandores,
dinamiteros pastores, vedla
agitando su aliento y dad l
as bombas al viento
del alma de los traidores".
1 comentario:
Su mano se convirtió en estrella. Hoy toda ella lo es. Me angustia, tengo ugencia en que se desarrolle la Ley de Memoria Histórica, porque los últimos combatientes se nos mueren sin ver su lucha reconocida.
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