sábado, 13 de enero de 2007

El papel de la iglesia en la G.C.

La siguiente entrada la encontre buscando informacion sobre el papel de la iglesia catolica durante la Guerra Civil,lo que mas me llamo la atencion fue leer la famosa carta (de la que ya habia oido hablar) dirigida al episcopado mundial,carta que dio alas a los generales golpistas.
La Falange proporcionó a los sublevados la imprescindible y rudimentaria ideología y coreografía fascista con que revestir su patética desnudez cuartelera. La Iglesia Católica, convirtiendo el golpe militar y la guerra en “cruzada”, fue, sin embargo, el aliado decisivo. Antes de sublevarse el 18 de Julio del 36, es más que probable que la mayoría de estos militares no fueran católicos, al menos, católicos practicantes; que luego, al lanzarse a una guerra en nombre de Dios, adaptaran su comportamiento a la nueva situación es cosa diferente. Y la Iglesia Católica, ¿acaso no había reconocido al régimen republicano? ¿No es también cierto que existía un partido poderosísimo que agrupaba a la mayoría de los católicos y contaba con el apoyo de la Iglesia? Y a propósito de los sucesos revolucionarios que se habían producido en años anteriores, ¿no había condenado la Iglesia Católica española la utilización de la violencia para conseguir fines políticos? ¿No había estado ese partido confesional gobernando el país hasta pocos meses antes? ¿No era católico practicante y militante el presidente Alcalá Zamora? Las previsiones de los militares golpistas eran las del triunfo rápido de la sublevación. No habían considerado la necesidad de enlazar con la jerarquía católica, cuyo apoyo se daba por descontado. Al comprobar que el golpe de estado fracasaba y se iba a una guerra civil de duración indeterminada, surgió la necesidad de reforzarse, de acordar alianzas, tanto en el interior del país como en el extranjero. La alianza de los militares sublevados con la Iglesia Católica española vino dada por la necesidad de defender sus respectivos intereses no por cuestiones de fe. En España, la Iglesia como institución y el clero como colectividad, con las excepciones propias de toda generalización, han sido siempre un factor de opresión política, moral y económica del pueblo; siempre han estado del lado de los poderosos contra la libertad. Eso es así, son hechos irrebatibles e innegables. Cualquier clase de régimen político que en España pretendiera delimitar y deslindar los campos propios del estado moderno de los de la religión se encontraba con su enemiga. Lo que el clero de otros países había aceptado ya con normalidad, era en España combatido con la ferocidad que sólo proporciona el fanatismo. Una opresión de siglos. Como si por ser españoles no se pudiera ser otra cosa que católicos creyentes y practicantes, y siervos, no de Cristo Rey, sino de sus sacerdotes... Para los sublevados, la Iglesia, otorgándoles el márchamo de “cruzada” a su levantamiento militar, les proporcionó la más eficaz consigna de movilización y de cohesión que en España pudiera darse. A nivel internacional, la potente y extensa red de la propaganda católica proporcionó al régimen nacionalista una ayuda inestimable, no solamente difundiendo sus mensajes, sino, y sobre todo, dándole una cobertura ideológica que contribuía a la superación del rechazo que en amplios sectores confesionales y conservadores extranjeros provocaba la alianza con el nazi-fascismo. Por su parte, el poder militar otorgaba a la Iglesia Católica la garantía de la conservación y engrandecimiento de todos sus privilegios. Mas como en cualquier pacto de intereses, y de unos intereses tan enormes como los que estaban en juego, no dejó de haber entre los máximos beneficiarios recelos, desconfianzas y tiranteces. Por ejemplo, el Vaticano tardó un año en enviar a Burgos a un representante oficioso, y no lo hizo hasta después de la caída de Bilbao, cuando la perspectiva de una victoria nacionalista parecía consolidarse. Del mismo modo, hasta el día primero de Julio de 1937 no se publicó la “Carta de los obispos españoles al episcopado mundial”. Esta “Carta” alcanzaría un gran difusión, y largas reseñas aparecieron en los periódicos de todo el mundo. Sin duda, fue el mejor aval internacional que lograron los sublevados. Carta de los obispos españoles al episcopado mundial. Párrafos más significativos. «(...) Es un hecho que nos consta por documentación copiosa, que el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está disociado de la realidad de los hechos ocurridos en nuestro país. Causas de este extravío podrían ser el espíritu anticristiano, que ha visto en la contienda de España una partida decisiva en pro o en contra de la Religión de Jesucristo y la civilización cristiana; la corriente opuesta de doctrinas políticas que aspiran a la hegemonía del mundo; la labor tendenciosa de fuerzas internacionales ocultas; la antipatria, que se ha valido de españoles ilusos que, amparándose en el nombre de católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo que más nos duele es que una buena parte de la Prensa católica extranjera haya contribuido a esta desviación mental, que podría ser funesta para los sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra Patria. (...) Afirmamos, ante todo, que esta guerra la ha acarreado la temeridad, la malicia o la cobardía de quienes hubiesen podido evitarla gobernando la nación según justicia. Dejando otras causas de menor eficiencia, fueron los legisladores de 1931, y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas de gobierno, los que se empeñaron en torcer bruscamente la ruta de nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y exigencias del espíritu nacional, y especialmente opuesto al sentido religioso predominante en el país. La Constitución y las leyes laicas que desarrollaron su espíritu fueron un ataque violento y continuado a la conciencia nacional. Anulados los derechos de Dios y vejada la Iglesia, en lo que tiene de más sustantivo la vida social, que es la Religión. (...) Nuestro régimen político de libertad democrática se desquició, por arbitrariedad de la autoridad del Estado y por coacción gubernamental que trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina política en pugna con la mayoría de la nación, dándose el caso, en las últimas elecciones parlamentarias, Febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el Frente Popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de provincias enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento. (...) Quede, pues, sentado, como primera afirmación de este escrito, que un quinquenio de continuos atropellos de los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que, agotados ya los medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron subvertir el orden constituido e implantar violentamente el comunismo; y, por fin, por lógica fatal de los hechos, no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el movimiento nacional, o en un esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales. (...) La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de Febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó, por la contienda cívico militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que sale a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España en todos sus factores por la novísima “civilización” de los soviets rusos. (...) Este odio a la religión y a las tradiciones patrias, de las que eran exponente y demostración tantas cosas para siempre perdidas, “llegó de Rusia exportado por orientales de espíritu perverso”. En descargo de tantas víctimas, alucinadas por “doctrina de demonio”, digamos que al morir, sancionados por la ley, nuestros comunistas se han reconciliado en su inmensa mayoría con el Dios de sus padres. En Mallorca han muerto impenitentes sólo un dos por ciento; en las regiones del Sur, no más de un veinte por ciento, y en las del Norte no llegan, tal vez, al diez por ciento. Es una prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo. (...) Se imputan a los dirigentes del movimiento nacional crímenes semejantes a los cometidos por los del Frente Popular. “El ejército blanco, leemos en acreditada revista católica extranjera, recurre a los medios injustificables contra los que debemos protestar. El conjunto de informaciones que tenemos indica que el terror blanco reina en la España nacionalista con todo el horror que presentan casi todos los terrores revolucionarios... Los resultados obtenidos parecen despreciables al lado del desarrollo de crueldad metódicamente organizada de que hacen prueba las tropas.” El respetable articulista está malísimamente informado. Tiene toda guerra sus excesos: los habrá tenido, sin duda, el movimiento nacional; nadie se defiende con tal serenidad de las locas arremetidas de un enemigo sin entrañas. Reprobando en nombre de la justicia y de la caridad cristiana todo exceso que se hubiese cometido, por error o por gente subalterna y que metódicamente ha abultado la información extranjera, decimos que el juicio que rectificamos no responde a la verdad, y afirmamos que va una distancia enorme, infranqueable, entre los principios de justicia, de su administración y de la forma de aplicarla entre una y otra parte.» A pesar de la ortodoxia católica que impregna la “Carta”, lo fundamental de ella es el aval que los máximos dirigentes de la Iglesia Católica española extienden ante sus correligionarios del mundo en favor de la justeza de las tesis defendidas por los sublevados; a saber: 1º) Que en el extranjero han sido maliciosamente desinformados de la realidad de lo que ocurre en España. 2º) Que la guerra la ha traído un gobierno que no actuó con justicia y una Constitución y una leyes laicas que anulaban los derechos de Dios, de la Iglesia y de la religión. 3º) Que las elecciones de Febrero del 36 fueron falseadas, el triunfo del Frente Popular fraudulento y, por tanto, el parlamento y el gobierno eran ilegítimos. 4º) Que frente a la revolución comunista, que ya estaba planeada y decretada, no quedaba más recurso que la fuerza para sostener el orden, la paz y los principios fundamentales de la nación. 5º) Que no se trataba de un golpe de estado de unos generales, sino de un movimiento cívico y militar. 6º) Que los españoles fueron engañados por agentes de Rusia, como lo prueba el hecho de que la inmensa mayoría de los que iban a ser fusilados, antes de serlo, aceptaran los auxilios espirituales, confesando y comulgando. 7º) Que el terror blanco no existía, si acaso, algún exceso cometido “por error o por gente subalterna”. Firmaban la carta cuarenta y siete máximas dignidades de la iglesia española. Solamente el cardenal Vidal i Barraquer se negó a suscribirla. ¿Qué más podían pedir los generales nacionalistas? No obstante, surgieron algunas discrepancias, que ni fueron graves ni transcendieron a la opinión pública. La Iglesia estaba enfrentada al nazismo por su falta de religiosidad, y se podía permitir el criticarle porque sus intereses en el mundo germánico eran limitados. Pero su temor aumentaba ante la posibilidad de que el modelo de estado nacionalsocialista alemán fuera el que se terminase implantando en España una vez ganada la guerra. Esa era una preocupación que se explicitaba en la propia “Carta”. Al final, conseguirían que la ideología del nuevo estado se inclinase, más bien, hacia lo que se terminaría denominando como “nacionalcatolicismo”. Por su parte, las autoridades nacionalistas no consintieron la más mínima discrepancia por parte de la Iglesia. Ejercieron el derecho de presentación para la elección de obispos, expulsaron al obispo de Vitoria, Múgica, y no dejaron regresar a España al cardenal Vidal i Barraquer. Dieciséis sacerdotes vascos fueron fusilados por los franquistas y otros muchos estuvieron encarcelados o tuvieron que ponerse a salvo exiliándose. En Asturias también algún sacerdote fue eliminado por tener unas ideas contrarias a las de los nacionalistas. En resumen, que la Iglesia tenía que someterse a quien detentaba la fuerza; tenía mucho que ganar y se sometió con agrado. El clero bendecía armas y soldados, oraba por la “victoria”, absolvía a los criminales en serie... Los religiosos eran los comisarios espirituales que mantenían alta la moral de la gente tranquilizando sus conciencias. Y el clero jugó también un papel fundamental como policía auxiliar en la retaguardia, participando en la depuración de maestros y profesores, depurando bibliotecas, censurando correspondencia, vigilando comportamientos... El jefe de Falange, el párroco y el comandante del puesto de la Guardia Civil eran las tres autoridades presentes en el villorrio más remoto. Si la Iglesia Católica española, en vez de dedicarse a acosar, para que confesasen y comulgasen, a los que iban a ser fusilados momentos después, se hubiera volcado en una campaña contra las ejecuciones masivas de prisioneros, es seguro que habría podido salvar la vida de miles y miles de españoles. Yo pregunto públicamente: ¿Habrá habido en toda España un solo cardenal o un obispo o un párroco o un simple cura o capellán que se haya dirigido a las autoridades militares más próximas para pedirles que dejaran de fusilar y torturar a la gente? Me inclino a creer que más bien prefirieron el triste papel del auxiliar que proporciona los “auxilios espirituales”. Se dice que en la zona republicana unos siete mil clérigos fueron asesinados. No se aclara cuántos de ellos eran de esos curas de pistolón, de esos frailes trabucaires, de los que guardaban armas en la sacristía y disparaban desde el campanario. También un enorme número de iglesias y edificios religiosos fueron incendiados y destruidos. Todo ello se llevó a cabo contra el gobierno y sin que la consigna partiese de ninguna organización política o sindical concreta. Pero..., ¿cómo fue posible que tal catástrofe pudiera llegar a ocurrir en la catoliquísima España? Al iniciarse la guerra, fueron muchos los que consideraron a la Iglesia Católica como el peor y principal enemigo. ¿Por qué? Aquellos que hayan vivido los años sesenta y setenta todavía pueden llegar a imaginárselo, los que hayan nacido después de la muerte de Franco, tal vez no. Porque en este país se ha excomulgado por ir al cine a ver tal película; en este país, años setenta, se daban tres horas semanales obligatorias de religión, de religión católica, a los bachilleres de los institutos públicos de enseñanza media; en el ejército, la asistencia a misa de los soldados era obligatoria so pena de represalias. Crucifijo en las escuelas, y catecismo, y rosario, y ejercicios espirituales, y procesiones...¡Qué “semanas santas” aquellas en que se obligaba a todo el mundo a estar de funeral de cuerpo presente! Tan insufrible o más que la dictadura política me resulta a mí la dictadura religiosa. El fundamentalismo islámico que hoy impera en algunos países del mediano oriente, con ese afán de someter la vida del individuo a sus disposiciones, lo vemos como algo chocante, absurdo. El fundamentalismo católico en España ha sido seguramente peor y con una persistencia secular. ¿Qué piensan que ocurrirá también en esos países el día que la gente, harta de coranes y ayatolás, explote y se lance a la lucha por la libertad?

8 comentarios:

Félix. dijo...

Vaya por delante que soy sacerdote pero me ha hecho pensar tu artículo.

Respecto de una pregunta que haces: efectivamente, y lo conozco de primera mano casi, hubo sacerdote sque salvaron vidas de "rojos". Pasó cerquita de mi pueblo, con el hijo de una señora. El párroco fue a por el chico al cuartelillo y ante la negativa de entregárselo, por ser prisionero político, lo que hizo fue "aconsejar" que el guardi civil aquél cambiase de puesto. Pues, oye, al día siguiente, el chico en casa y el guardia en las quimbambas.

Yo pienso que conocer nuestro pasado nos ayuda a ser más humildes y a buscar el Reino de los Cielos y no a fundar aquí aquí nuestro reino. Amo a la Iglesia y podría decirte que esta Madre no me das las cosas hechas pero es con ella con quien iría al final del mundo.

Una cosa para finalizar: ¿podrías pasarme bibliografía lo más concisa posible sobre este tema.

Muchas gracias.

Con Dios.

Duende Crítico dijo...

Hablando de esto, una tía monja de mi abuela se salvó de la muerte cuando Carrillo les informó de que iban a tomar al día siguiente el convento.

Desde entonces rezaba por él.

Anónimo dijo...

Naveganterojo, solamente puedo decir que tu recopilación sobre la guerra (in)civil y sus circunstancias, son admirables. Te felicito por ello y admiro tu conciencia social y tu constancia maestro. El fascismo español y la iglesia católica han llenado una larga época de nuestra historia reciente. Pero esto no ha acabado aun, la COPE y la mayor parte de los obispos vienen a darme la razón.

Saludos para todos

El Lobo Estepario dijo...

Estupendo articulo/trabajo, hemos de esperar que los españoles de ahora nunca volvamos a caer en los mismo errores.
Siempre he creído que se cometieron barbaridades desde un lado y otro, así como y donde se posiciono esa iglesia española, por desgracia la mayoría del clero opto por la actitud equivocada, creando una espiral de odio, que posiblemente hizo que murieran más inocentes.
¿Se ha aprendido la lección? observando el comportamiento de cierta jerarquía me atrevo a asegurar que NO, de aquí quizás la necesidad imperiosa de "conocer" nuestro pasado por muy trágico que sea.

Anónimo dijo...

MATACUCARACHAS??? Ten cuidado no te mates a ti misma.
Menuda cloaca tienes aquí montada. Cómo apesta a sectarismo progre rancio. La SER produce eso.

Naveganterojo dijo...

Bourbon,¿sectarismo?,recordar nuestro pasado es sectarismo?,no sera que a una parte de nuestra sociedad le gustaria que se enterrara para siempre y no tener que reconocer los errores que se cometieron?.
De todos modos el bourbon produce esas ideas,bebe agua.

Unknown dijo...

Paraguay: EL FUNDAMENTALISMO LUGUISTA
(Luis Agüero Wagner)
Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire (Woody Allen)
En 1993 Joseph Ratzinger publicó su libro “El fundamentalismo islámico” donde abordaba desde la óptica conservadora el problema de la instrumentalización de las energías religiosas en función política, tema de vigencia por estas playas desde que el cantinflesco obispo jubilado Fernando Lugo se tomó en serio la propaganda de la tendenciosa prensa local, que lo presentaba fantasiosamente como el nuevo fenómeno político del ambiente.
Esclarece Ratzinger que el aferrarse fanáticamente a las tradiciones religiosas se vincula en muchos sentidos al fanatismo político y militar, en el cual la religión se considera de forma directa como un camino de poder terrenal. También puntualiza el error de trasponer el concepto “fundamentalismo” al mundo árabe siendo que en realidad es una definición surgida para calificar a cristianos. El fundamentalismo es, según Ratzinger, en su sentido originario, una corriente surgida en el protestantismo norteamericano del siglo XIX, la cual se pronunció contra el evolucionismo y la crítica bíblica y que, junto con la defensa de la absoluta infalibilidad de la Escritura, intentó proporcionar un sólido fundamento cristiano contra ambos. Cabe preguntarse cuál es el concepto para definir a los católicos que alentados por una bula papal de Alejandro VI invadieron Latinoamérica y arrasaron con esplendorosas civilizaciones como la inca o maya, y cometieron un genocidio contra los súbditos de estos y otros imperios, además del saqueo e imposición de una nueva religión por la fuerza de la espada, y todo ello en nombre de algo tan abstracto como su Dios. Mas que el fanatismo equiparable que Ratzinger ve entre la teología de la liberación, el terrorismo islámico y terrorismo marxista occidental, lo que sí se discierne con claridad es con qué facilidad algunos farsantes se aprovechan de las supersticiones “divinas” para apetencias bien terrenales, en nuestro caso –cuándo no- el divinizado zoquete.
Aunque Ratzinger se extiende en su obra sobre los fundamentalismos ajenos, no se caracteriza por ver la viga en el propio ojo precisamente. Como con bastante elocuencia lo ha dicho la red de Mujeres Católicas de América Latina en uno de sus comunicados: cuando hablamos de fundamentalismo nos referimos justamente a la posición expresada por Ratzinger. Todo su escrito es un acto de intolerancia, fanatismo, intento de volver al pasado, resistencia ante todo cambio, intento de imposición de la propia perspectiva como la única aceptable, rechazo al pluralismo, desconocimiento de la evolución en todos los ámbitos, rechazo a toda novedad, pánico ante la diversidad.
Como puede notarse, esta controversia entre católicos no guarda mucha distancia de los términos en que giró la discusión sobre el dichoso pacto del 5 de febrero que con tan mala fortuna firmaron nuestros héroes de la oposición.
Se sabe que el Fundamentalista es en el fondo un intransigente, por ello actúa como factor creador de conflictos y como enemigo del progreso, especialmente si se trata de avanzar en negociaciones, hecho que explica la actuación de la caterva de monaguillos en la “mesa de presidentes” de la extinta concertación, que con sus despropósitos hoy han ubicado a su candidato en una cómoda posición para luchar por el tercer puesto en las elecciones del año que viene. No estaría demás advertir sobre el peligro que implica el accionar de estos fanáticos, más aún si consideramos que el aprovechamiento de la religión en función de la política como conducto de “liberación de los oprimidos” es hoy en día la principal coartada para volar estaciones de trenes, estrellar aviones de pasajeros contra rascacielos de Nueva York, enviar sobres conteniendo ántrax o volatilizar autobuses londinenses. Para colmo, nuestros integristas criollos no han ocultado sus intenciones contenidas dentro del esquema maoísta que “la guerra revolucionaria se libra fuera del legalismo”, y han llamando a la yihad a sus seguidores en caso de cumplirse la cláusula constitucional que impide a un religioso postularse para presidente, amenaza que amerita cuando menos que nuestras autoridades encarguen una investigación al respecto a la analista Milda Rivarola.
Debo añadir que resulta lamentable y desalentador ver por estas playas a una caterva de politiqueros corruptos defendiendo y queriendo aprovecharse del opio de los pueblos, y de creencias morales de tiempos anteriores a la ilustración, con un apasionamiento digno de monaguillos que fueron abusados por el cura de la parroquia y quedaron prendados de él, agitando irresponsables sus arcaicas banderas a través de una presión política conjugada con el fundamentalismo religioso. Más aún resulta vergonzoso el espectáculo que dan cuando vemos que en la vecina República Argentina el ex capellán Von Wernich, involucrado en violaciones a los derechos humanos durante la pasada dictadura militar, acaba de ser declarado genocida y condenado a reclusión perpetua sin miramientos a su investidura religiosa, como realmente corresponde en una república.
NOTA: Los monaguillos aludidos que cercaron al obispo Fernando Lugo, a pesar de lo que la prensa maccartista heredada de Stroessner quiso hacer creer, en realidad son viejos agentes del imperialismo norteamericano. Se cuentan entre ellos:
*Guillermina Kanonikoff y Raul Monte Domecq, financistas de Lugo. Reciben dólares de USAID a través de la ONG fantasma Gestión Local.
*Camilo Soares, agente de la NED, referente de la Casa de la Juventud, beneficiaria de Dólares de la IAF.
*PMAS: partido surgido gracias a la acumulación de dólares del grupo anterior, recibió en el 2004 127.000 dólares de IAF, institución manejada por George W. Bush.
*Ricardo Canese, dirigente de Tekojoja. Propagandista de los planes de biocombustibles de George W. Bush.
*Aldo Zucolillo, ex propagandista del dictador Stroessner, mecenas del centro de detención y torturas de la dictadura paraguaya y alabardero del genocida Jorge Rafael Videla, hoy entusiasta impulsor de la candidatura de Fernando Lugo.
*Julio Benegas, empleado de Zucolillo en su diario ABC color, signatario de acuerdos con AFL-CIO, reputado peón de los fraudes imperialistas.

Anónimo dijo...

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- David